Un
león llora su realidad,
se
emociona mucho,
todo
el tiempo,
por
las cosas más diminutas,
y
por las enormes solloza y se abraza con todos.
En
su pasado solía incendiar nieve,
pero
ahora, en su ciudad cada día es ferragosto.
Le
cuesta pero a la vez no,
como
si en otra vida hubiera vivido en una bahía en Mexico.
Nunca
recuerda las normas de los hiatos,
aunque
sus ideales saben a canela y a señoras que hablan muy bien el catalán.
Y
ahora nada,
ahora
todo
él
baila muy bien
y
tiembla
misticamente
con
una música de un país en el que el padre que no tuvo vivió.
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