El verano siempre tan
adolescente.
El verano tan
repetitivo.
Repite todo lo que no
permiten el resto de las estaciones.
El verano divide,
olvida.
Como que no.
Nada importa,
nada es futuro,
nada pesa,
nada es grande,
ni enorme,
ni siquiera nada es
constructivo.
Pareciera un ritual,
del que no nos cansamos
ni un poco.
Como un recuerdo
tenebroso y dulce a la vez.
No angustia la falta de
estructuras,
la pobreza,
las diez mil horas
gastadas en trabajos absurdos,
los viajes con cariño
donde nos gastamos más de lo que tenemos en gasolina.
Los veranos repiten el
tacto de cuerpos de compañeras nuevas pero antiguas,
de gente con la que
jamás hablamos ni volveremos a hablar,
Los veranos,
sin estar en
casa,
aunque tampoco
extrañándola.
Y sudo este verano,
sentada en lugares a
los que no fui jamás.
Sudo este verano porque
seguimos fumando,
pero no pasa nada.
Seguimos haciéndolo
mal, pero ya lo arreglaremos.
Nos miro, a todas,
todas
más raras que nunca
más desconocidas que
nunca
más enamoradas que en
todos los inviernos en los que nunca nos pudimos ver los cuerpos.
Trasnochadas,
energicas
colgadas,
de un presente que es
de todas y de ninguna de nosotras.
Nos miro,
gafas enredadas en el
pelo
y marcas de dientes en
los brazos.
Y se repite
casi que me mareo
doy vueltas sobre mi
misma.
Repetimos,
mar.
Repetimos,
sudamos.
Repetimos,
solo una vez más que ya
es Agosto y esto se termina,
una vez más,
inhala,
corre entre turistas
como una lagartija de desierto poniendo ahora una pata, ahora la otra,
cuidado no te quemes,
fuma,
pero no demasiado,
aunque sí,
un poco más que en
otoño.
Pero no pasa nada,
quizás es solo un
espejismo
quizás sea solo un verano
quizás un dejavú.