diumenge, 12 d’agost del 2018



El verano siempre tan adolescente. 

El verano tan repetitivo.
Repite todo lo que no permiten el resto de las estaciones.

El verano divide,
olvida.

Como que no.

Nada importa,
nada es futuro, 
nada pesa, 
nada es grande, 
ni enorme, 

ni siquiera nada es constructivo.

Pareciera un ritual,
del que no nos cansamos ni un poco.

Como un recuerdo tenebroso y dulce a la vez.

No angustia la falta de estructuras,
la pobreza,
las diez mil horas gastadas en trabajos absurdos,
los viajes con cariño donde nos gastamos más de lo que tenemos en gasolina.

Los veranos repiten el tacto de cuerpos de compañeras nuevas pero antiguas,
de gente con la que jamás hablamos ni volveremos a hablar,

Los veranos,
sin estar en casa, 
aunque tampoco extrañándola.

Y sudo este verano,
sentada en lugares a los que no fui jamás.

Sudo este verano porque seguimos fumando, 
pero no pasa nada.
Seguimos haciéndolo mal, pero ya lo arreglaremos.

Nos miro, a todas,
todas 
más raras que nunca
más desconocidas que nunca
más enamoradas que en todos los inviernos en los que nunca nos pudimos ver los cuerpos.

Trasnochadas,
energicas
colgadas,
de un presente que es de todas y de ninguna de nosotras.

Nos miro,
gafas enredadas en el pelo
y marcas de dientes en los brazos.

Y se repite
casi que me mareo
doy vueltas sobre mi misma.

Repetimos,
mar.

Repetimos,
sudamos.

Repetimos,
solo una vez más que ya es Agosto y esto se termina,
una vez más,
inhala,
corre entre turistas como una lagartija de desierto poniendo ahora una pata, ahora la otra,
cuidado no te quemes,
fuma,
pero no demasiado,
aunque sí,
un poco más que en otoño.

Pero no pasa nada,
quizás es solo un espejismo
quizás sea solo un verano

quizás un dejavú.