dimarts, 30 d’agost del 2016

Tanta era la intimidad, la privacidad, que no sabíamos nada los unos de los otros.
Con los años nos íbamos sorprendiendo de las cosas que se colaban como hormigas por las rendijas que se nos olvidaron cerrar.
Mi abuela tenía demasiada confianza en que sus cajones no se abrieran por manos que no fueran las suyas, como una suerte de mobiliario adiestrado...pero eso no era así.
Mi prima y yo nos sorprendimos más de una vez mutuamente revolviendo en silencio extremo los rincones de cada calcetín de mis abuelos, encontrando fotografías secretas, cigarros secos, bragas demasiado negras.
Lo mismo era para ellos, eso de que nos criaran nunca les dejó de incomodar.
Una tarde no volvimos a la hora a la que siempre llegábamos a casa, me los puedo imaginar pensando donde podríamos estar, mirándose, interrogándose a ver si alguno sabía algo que el otro no supiera al respecto de nuestras vidas.
Nunca entendieron nada, ni siquiera cuando sonó el teléfono, y un funcionario de la policía les dijo que estábamos detenidas y que nos acusaban de muchos, varios, y rocambolescos delitos.
Con mucho dinero y sorpresa nos sacaron de allí juntos, juntas; entramos al coche y no nos dirigieron la palabra. No preguntaron el porque de nada, nuestras decisiones éticas, nuestras ganas de acabar con su sistema...nosotras tampoco les preguntamos nada, ni siquiera les dimos las gracias, la verdad es que no necesitábamos ser salvadas, sabíamos donde estábamos y porque.
Lo que si sabíamos, es que ellos entendieron que su sospecha fue siempre acertada, vivían con el enemigo, lo habían criado.

Dicotomías familiares.

dijous, 25 d’agost del 2016

No puedo más que fumar de pena,
dormir de pena,
comer de pena...
Aunque para más inri, mi optimismo para con el mundo me dice que hay personas espléndidas, lugares hermosos, gente buena...
Pero no...no y no.
Yo y la pena.

No entiendo nada,
estoy al borde de todo,
invoco a Virgina Woolf, destruyéndose con el mundo que tanto dolor le generaba y en el que a la vez veía mil millones de posibilidades maravillosas.
Pero nunca pudo formar parte de él...tantas cosas pletóricas en el planeta y no pudo no enfermarse, no saturarse, no verse ínfima al lado de tanto milagro.
No me comparo ni por asomo a Woolf, pero hoy, por un instante, entre autodestrucción, silencio y soledad sentí ganas de que ella me contara que lo que me pasa es lo mismo que le pasó, y que no me atreva ni por un segundo a solucionarlo igual que ella lo hizo. 
Quisiera que me diga que fue una cobarde, frágil, que yo no soy como ella, que yo puedo hacer de este camino creativo algo constructivo y lleno de futuro.
Aunque probablemente lo que nos diferencia es que yo no tengo el valor para implicarme tanto como ella lo hizo y ser un genio como ella lo fue, eso me salvará de suicidarme, pero me hará mediocre, que terrible dilema.

Así que imagino que me pide que no me muera, y menos en mis propias manos.
Después visualizo que la invito a tomar un té y que justo viene Sara Hebe a casa...y bueno, juntar a Virgina y a Sara...difícil de ver como terminaría toda esa secuencia.

Así que debido a que me voy por las ramas, me duermo poco a poco con esa imagen y un cigarro en mi mano, estoy sentada en el sillón de cuero marrón rojizo de mi abuelo, en la mesa del escritorio queda la lámpara encendida con su cuerdita dorada colgando deseante de que tire de ella hacia abajo y así la luz pueda descansar conmigo.

La madrugada es vieja ya, cierro los ojos viendo el primer azul marino de la mañana,
tinta en mis manos, con Woolf y Hebe guardando mis sueños, con mi soledad eterna siempre conmigo, nadie en casa, nadie en el jardín, nadie en la calle donde da la puerta de la entrada...incluso en las fotos que hay en todas las paredes no hay nadie, solo escenas dignas de Hopper, Ofelias muertas, sueños de alguna ama de llaves, adioses, silencios, secretos, puertas cerradas, montañas inmóviles...y nadie, solo mis ojos detrás de la cámara, detrás de las letras, detrás de mis párpados.